Nuestro peñista Javi.
Vuelta a los domingos. Vuelta a los partidos a las 12. Nunca me acostumbraré. ¿Quién madruga un domingo para ver un partido de fútbol? Los locos de Unionistas. Donde lo imposible sucede y es ahí cuando comienzas a creer. Sí, querido amigo que todavía no nos conoces: no sabes todavía que lo que tanto ansías existe. Está en Salamanca y se llama Unionistas.
Volvimos a las pistas. Recuerdos del 07 de Marzo de un 2020 de otro mundo y de otro fútbol. Época en la que Ribelles pretendía dar pases rectos y alineados y la bola sólo obedecía al terreno de juego. No ha cambiado mucho desde aquello, el terreno digo. Día soleado, de congregación, de reencuentro de la «familia». Saludos, abrazos, puestas al día. La música por los altavoces y el agradable color verde a la vista, antesala de aquello que nos hace felices.
El comienzo del choque sirvió para ir despejando las dudas y los interrogantes. Las voces pesimistas se fueron apagando y dieron paso a los «qué bien, qué buenos, me gusta como hemos salido» de los más profanos como yo. Un placer para los sentidos, el que nos regaló el equipo, a pesar de que la bola no quiso entrar.
Mis amigos los pesimistas se reafirmaban tras el gol en contra encajado tras el descanso. Otra vez volvían los «es que no se puede perdonar tanto», «al final lo acabamos pagando». Desde la grada no se ven esos invisibles lazos y conexiones entre jugadores que, siendo personas, determinan la diferencia entre la excelencia y la mediocridad. Ese sentimiento colectivo generado a cada conversación con un voluntario, cada gesto con un socio, cada esfuerzo altruista de la junta directiva, entre otros, son los que permiten que se formen esos «invisibles». Es eso mismo lo que tratamos de contagiar desde la grada y que bien se podría traducir en aquello de «venga, vamos, arriba, hay que seguir, dale, dale» cuando vienen mal dadas. Eso fue lo que nos regaló ese grupo de personas en el campo. Una insistencia, una determinación y un querer que se puede hacer. Hasta que se consiguió el empate. Y no quedó ahí la cosa. Demostraron que seguían queriendo más mientras desde la grada más de 2000 personas deseaban profundamente que aquello sucediera. Y a pesar de pensarlo tanto y tan fuerte para que sucediera, el gol de la victoria no llegó a pesar de las trabas y la mala suerte que nos encontramos de por medio.
Volvimos a reencontrarnos con nuestro saludo fraternal. Aquello que nos hace ser nosotros. Aquello que nos hace sentir bien. Nos encaminamos a una semana de quehaceres y obligaciones para volver a darnos cita en el siguiente partido.